La presión social nos agobia y sabemos que para integrarnos al entorno
debemos ceder ante ella, lo que resulta ser no sólo una claudicación
sino también un grave error de nuestra parte. Claro que al que se atreve
a enfrentarla, se le coloca inmediatamente el rótulo de "LOCO".
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"El loco" Khalil Gibrán
Me preguntáis como me volví loco. Fue así. Un día, mucho antes de que
nacieran algunos dioses, desperté de un profundo letargo y descubrí que
me habían robado todas mis máscaras -si; las siete máscaras que yo mismo
me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-; corrí
sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando: “¡Ladrones!
¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!”
Hombres y mujeres se reían de
mí, y al verme, algunas personas, llenas de horror, corrieron a
refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un
joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó: “Miren! ¡Es un
loco!” Alcé la cabeza para mirarlo, y por vez primera el sol besó mi
desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener
máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité: “¡Benditos!
¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!”
Fue así que me enloquecí.
Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la
soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos
comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.
Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón. —
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